En
tanto que está previsto que para el año 2050 el 70% de la población mundial
viva en ciudades, se ha vuelto una necesidad apremiante, tanto para gobiernos locales
como ciudadanos, generar herramientas que permitan a los centros urbanos afrontar
nuevos desafíos esperados o inesperados.
De
este modo, en años recientes, los conceptos de resiliencia y ciudades
resilientes han estado cada vez más presentes dentro de los ámbitos político y académico.
De acuerdo con ONU-Hábitat una ciudad resiliente es aquella que posee la
habilidad “de mantener continuidad después de impactos o catástrofes y que
contribuye positivamente a la adaptación y la transformación”. Sin embargo el
concepto de resiliencia no ha sido bien definido en el terreno del urbanismo
debido a que existen dos vertientes de éste.
Por
un lado, desde la ciencia de materiales, la resiliencia se aplica a un objeto,
el cual después de recibir cierta “presión”, reacciona y es capaz de
volver su forma y resistencia
originales. Por otro lado, para el campo de la ecología, un ecosistema
resiliente es aquel que luego de experimentar algún evento adverso, puede
conservar una diversidad de especies que le dé la posibilidad de sobrevivir a
una situación de “presión” futura.
La
diferencia entre ambas vertientes radica en que, en el caso de la ecología, la
resiliencia se mide en qué tanto puede evolucionar un sistema y adaptarse a las
nuevas condiciones que conlleva la situación de “presión”, mientras que para la
ciencia de materiales, la resiliencia de los objetos está dada por sus
creadores y depende de su capacidad de volver a su estado original luego de
recibir la “presión”.
En
el caso del urbanismo, la definición de resiliencia involucra a ambas
vertientes. Por ejemplo, cuando una fuerza de la naturaleza como una tormenta
afecta a la ciudad, la infraestructura vial, eléctrica, construcciones y otros
servicios se ven dañados o incluso pueden colapsar; puede haber pérdidas
humanas. No obstante se espera que cuando la tormenta pase, la ciudad vuelva a
su estado anterior a la catástrofe, si no lo hace, entonces se entiende que no
fue “resiliente”. Esto hace alusión a la acepción científica de resiliencia.
En
otro caso, cuando una urbe enfrenta una crisis económica profunda, algunas
partes del tejido socioeconómico colapsan o incluso desaparecen, pero otras logran
sobrevivir y multiplicarse. Así, el estado de la ciudad luego de la crisis, no
necesariamente será el mismo que antes de ella; es decir, si la ciudad es
resiliente se reestructura, pero puede mantener algo de su diversidad socioeconómica.
Esto hace alusión a la acepción ecológica de resiliencia.
En
conclusión, la ciudad es tanto el objeto físico como el ecosistema. El desafío
para los urbanistas y aquellos interesados en impulsar la resiliencia de las
ciudades, es equilibrar ambos ámbitos: la infraestructura, las instituciones,
los sistemas de energía, entra muchos otros, pertenecen a la definición
científica de resiliencia; mientras que los aspectos, socioeconómico, político
y cultural, atañen a la definición ecológica.
Fotografías: ArchDaily y ONU-Hábitat
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