martes, 28 de julio de 2020

CÓMO EL TRABAJO EN LÍNEA HA AFECTADO A LA ARQUITECTURA


Redacción Repentina

A lo largo de las semanas que han transcurrido en esta contingencia, hemos visto un sinfín de artículos donde se analiza cómo el tiempo en casa ha servido para reflexionar y asimilar los cambios que se dieron en torno a muchos aspectos de la vida que conocíamos antes de la pandemia, como el diseño de hospitales, espacios públicos, medidas más exigentes de higiene y el uso de la tecnología como medio para continuar con nuestras labores a distancia.

Escuelas, oficinas públicas y empresas, se han visto obligadas a usar softwares de videollamadas y reuniones virtuales para seguir en contacto y que el trabajo no se vea afectado por el confinamiento. Aunque la computadora y el celular son herramientas que nos han facilitado dicha comunicación, ha sido inevitable que surjan dudas sobre si estos instrumentos realmente favorecen o impulsan nuestra productividad y si podrán en un futuro, sustituir al trabajo presencial.  Muchas opiniones afirman que, en efecto, existen reuniones o actividades en las cuales no es fundamental la presencia de la persona para que sean realizadas con éxito y además el trabajo a distancia implicaría un beneficio al medio ambiente en tanto que muchas personas no tendrían que transportarse a las oficinas.

El campo de la arquitectura no se queda fuera de esta nueva forma de trabajar que se vuelve cada vez más popular y necesaria en muchos casos. Desde el ámbito laboral hasta el estudiantil, el trabajo a distancia se ha traducido en largas horas frente a la computadora, lo cual posiblemente ha afectado la eficacia con la que se realizan las tareas.

Antes de la pandemia de COVID-19, el arquitecto invertía cierta cantidad de horas en la computadora, ahora pasa el día pegado al aparato; así, la productividad ha pasado a medirse en horas trabajadas frente a una pantalla. Pese a que la arquitectura se ha podido adaptar a las circunstancias, queda un largo camino por recorrer para aprender a utilizar y aprovechar la tecnología en favor de un trabajo a distancia efectivo. En este sentido, es pertinente preguntarse cuáles con las mejores formas para transmitir trabajos que sólo pueden verse en pantallas.

No cabe duda que la tecnología avanza rápidamente, por ello será fundamental para los arquitectos estar al día y adaptarse a las nuevas herramientas que surjan y emplearlas de la mejor manera tanto en el trabajo académico en línea como en el ejercicio de la profesión.

Fotografía: Getty Images

miércoles, 15 de julio de 2020

¿UNA CIUDAD RESILIENTE?

Redacción Repentina


En tanto que está previsto que para el año 2050 el 70% de la población mundial viva en ciudades, se ha vuelto una necesidad apremiante, tanto para gobiernos locales como ciudadanos, generar herramientas que permitan a los centros urbanos afrontar nuevos desafíos esperados o inesperados.
De este modo, en años recientes, los conceptos de resiliencia y ciudades resilientes han estado cada vez más presentes dentro de los ámbitos político y académico. De acuerdo con ONU-Hábitat una ciudad resiliente es aquella que posee la habilidad “de mantener continuidad después de impactos o catástrofes y que contribuye positivamente a la adaptación y la transformación”. Sin embargo el concepto de resiliencia no ha sido bien definido en el terreno del urbanismo debido a que existen dos vertientes de éste. 


Por un lado, desde la ciencia de materiales, la resiliencia se aplica a un objeto, el cual después de recibir cierta “presión”, reacciona y es capaz de volver  su forma y resistencia originales. Por otro lado, para el campo de la ecología, un ecosistema resiliente es aquel que luego de experimentar algún evento adverso, puede conservar una diversidad de especies que le dé la posibilidad de sobrevivir a una situación de “presión” futura.

La diferencia entre ambas vertientes radica en que, en el caso de la ecología, la resiliencia se mide en qué tanto puede evolucionar un sistema y adaptarse a las nuevas condiciones que conlleva la situación de “presión”, mientras que para la ciencia de materiales, la resiliencia de los objetos está dada por sus creadores y depende de su capacidad de volver a su estado original luego de recibir la “presión”.

En el caso del urbanismo, la definición de resiliencia involucra a ambas vertientes. Por ejemplo, cuando una fuerza de la naturaleza como una tormenta afecta a la ciudad, la infraestructura vial, eléctrica, construcciones y otros servicios se ven dañados o incluso pueden colapsar; puede haber pérdidas humanas. No obstante se espera que cuando la tormenta pase, la ciudad vuelva a su estado anterior a la catástrofe, si no lo hace, entonces se entiende que no fue “resiliente”. Esto hace alusión a la acepción científica de resiliencia.

En otro caso, cuando una urbe enfrenta una crisis económica profunda, algunas partes del tejido socioeconómico colapsan o incluso desaparecen, pero otras logran sobrevivir y multiplicarse. Así, el estado de la ciudad luego de la crisis, no necesariamente será el mismo que antes de ella; es decir, si la ciudad es resiliente se reestructura, pero puede mantener algo de su diversidad socioeconómica. Esto hace alusión a la acepción ecológica de resiliencia.

En conclusión, la ciudad es tanto el objeto físico como el ecosistema. El desafío para los urbanistas y aquellos interesados en impulsar la resiliencia de las ciudades, es equilibrar ambos ámbitos: la infraestructura, las instituciones, los sistemas de energía, entra muchos otros, pertenecen a la definición científica de resiliencia; mientras que los aspectos, socioeconómico, político y cultural, atañen a la definición ecológica.

Fotografías: ArchDaily y ONU-Hábitat

lunes, 13 de julio de 2020

LA BICICLETA TOMA LAS CIUDADES. NUEVAS PLANEACIONES URBANÍSTICAS TRAS EL COVID-19

Redacción Repentina


Entre las grandes transformaciones que ha traído consigo la emergencia sanitaria de COVID-19 en nuestra forma de entender el mundo, se incluyen también cambios que habrán de ocurrir en el ámbito de la movilidad en las ciudades. Tras el confinamiento de la población en sus hogares, que se ha extendido a lo largo de varias semanas, para mantener el distanciamiento social y evitar la propagación del virus, al momento de reactivar las actividades se ha visto la necesidad de reconfigurar la forma en que las personas se transportan para disminuir la generación de aglomeraciones.

En este sentido, y tomando en cuenta que el trasporte público en las grandes ciudades se ha convertido en un importante foco de contagio, el pasado mes de abril, la Organización Mundial de la Salud recomendó: “Siempre que sea posible, considere andar en bicicleta o caminar: esto proporciona distancia física mientras ayuda a cumplir con el requisito mínimo para la actividad física diaria, que puede ser más difícil debido al aumento del homeoffice y el acceso limitado al deporte y otras actividades recreativas”. 

Así, numerosas ciudades alrededor del mundo han proyectado planes para promover el uso de este vehículo como medio de transporte seguro ante la pandemia, pues al ser individual, permite mantener la distancia entre personas; además de ser resiliente y amigable con el medio ambiente.

Ejemplo de esto son ciudades como Berlín, en donde algunos distritos han ampliado carriles existentes y creado nuevos para priorizar el ciclismo. En Milán, se transformaron 35 kilómetros de espacio urbano para destinarlo a peatones y ciclistas; mientras que en Nueva York se proyectó una reordenación urbanística que destinaría 120 km de calles al mismo propósito.  En Ecuador, por otro lado, se propuso el “Plan de Cicliovías Emergentes frente al COVID-19”, que planteó la construcción de 62.7 km de ciclovías en toda la ciudad. En Perú, se implementaron carriles exclusivos para bicicletas con el objetivo de descongestionar el transporte masivo, además de que se presentó el programa “Bicicleta popular” que pretende que más personas puedan adquirir y utilizar este transporte. 

El caso de la Ciudad de México no ha sido la excepción. Al ser una de las urbes con mayor congestión vial a nivel mundial, se volvió una urgencia incentivar entre la población el uso de la bicicleta para realizar viajes individuales y con “sana distancia”, lo que permitiría descongestionar el transporte público y disminuir el riesgo de contagio de coronavirus.

Para ello se puso en marcha el proyecto de “Ciclovías emergentes” que forma parte del Plan de Movilidad Ciclista 2020 y pretende ampliar la infraestructura ciclista a partir de la creación de un carril confinado de 54 km, contiguo a las líneas 1 y 2 del Metrobús.

Fotografías: ArchDaily