Fernando Ocaña. MANUEL ESCALERA eL PAÍS |
Las ciudades son un
observatorio social; sus habitantes transitan día con día en ellas generando
movimiento. Dentro de estos grandes organismos, la velocidad es una condición
social que está presente en distintos momentos en la vida de cada persona que los
habita. Estos momentos generan una dinámica de comunicación entre la ciudad y
sus habitantes.
El trabajo del artista y diseñador
de vehículos por el Royal College of Art
de Londres, Fernando Ocaña, ha explorado la experiencia del movimiento e
interacción en la ciudad. Muestra a la ciudad como una sinfonía, metáfora
musical evocada por el sociólogo Lewis Mumford en la que advierte que la organización
del tiempo y el espacio le da a la vida en la sociedad el carácter de una
sinfonía.
New Jersey Turnpike, Estados Unidos. © Tony Smith, 1966. |
Del 15 de marzo al 5 de abril,
en el marco de Mextrópoli 2018, Fernando Ocaña presentó en México la exposición
Los habitantes de la velocidad, que
incluyó una selección fotográfica, la proyección de un largometraje y la
presentación de un libro. La exposición “invita a reconsiderar la imagen
estática de la ciudad e incorporar en cambio una en movimiento, a preguntarnos:
¿qué es este fenómeno tecnológico que nos ha transformado socialmente?; ¿qué es
este territorio de la estética engendrado por el automóvil?; O quizá
simplemente, ¿qué es lo que tanto nos fascina, al mirar el paisaje borrarse
detrás de la ventana?”
El largometraje de la
exposición titulado Junkspeed incurre
en el género fílmico City Symphony, cuyo
gran exponente es el filme Man with a
Movie Camera (1929) dirigida por el ruso Dziga Vertov. Junkspeed retrata a la ciudad de México a través de la movilidad. Las horas marcan las actividades que
corresponden a cada momento del día, el documental presenta el día a día de la
ciudad intentando capturar su espíritu.
Berlín: Sinfonía de una Gran Ciudad, Alemania. © Walter Ruttmann, 1927. |
Los
habitantes de la velocidad fue una invitación a reflexionar la vida
en sociedad a través de su diseño que predispone la movilidad en la ciudad y la
interacción entre sus habitantes. “De A a B, vivimos en un estado constante de
transición. Paisaje, velocidad y emoción fluyen bajo ritmos subconscientes […]
Comúnmente el territorio de la eficiencia, el transporte es también un
escenario para nuestros encuentros con lo misterioso, lo fascinante, lo
exasperante. Un teatro de símbolos, destellos, gestos y momentos borrosos de
interacción con viajeros e infraestructura, nuestro universo en movimiento”[1]